miércoles, diciembre 21, 2011

SOCIALISMO Y COOPERATIVISMO, RESPONDIENDO AL TROTSKISMO CUBANO

Por: José Sotomayor Pérez

Pedro Campos Santos, que se define a sí mismo como comunista cubano, ha publicado dos artículos acerca de las causas de la destrucción del socialismo en la Unión Soviética. Uno de ellos se titula Evitar el gran peligro: la usurpación de la Revolución por la burocracia, ha sido publicado por Insurgente y por Rebelión y está fechado el 4 de abril del 2007. El segundo, aunque publicado en enero de este año por Kaos en la Red, fue escrito justo un año antes y se titula Destruyeron al socialismo soviético, el burocratismo y la corrupción (Parte I).
En ellos Pedro Campos vierte numerosos embustes que no hubieran merecido ninguna atención de nuestra parte de no ser que, en ellos, están presentes algunos tópicos acerca del socialismo y de la Unión Soviética, con cierto arraigo en determinados medios intelectuales burgueses. No obstante, la refutación puntual de ambos artículos resultaría prolija, por lo que aquí nos centraremos exclusivamente en las afirmaciones de Campos sobre el cooperativismo.
Según Campos, las tesis de Lenin sobre esta cuestión están contenidas -nada menos- que en la más acabada obra teórica relativa a la construcción del Socialismo. Se refiere al artículo dictado poco antes de su muerte, en enero de 1923, titulado Sobre la cooperación. En la edición soviética de las Obras Completas en castellano (tomo 45, pgs. 385 a 393) donde se difundió ese mismo artículo, lleva un título ligeramente diferente: Sobre las cooperativas, y Campos lo menciona, se refiere a él, pero nada más que a eso: el título. A partir de ahí todo lo demás son falsedades.
Esas mentiras continúan cuando Campos pretende hacernos creer que Lenin fue capaz de condensar toda su concepción teórica acerca del socialismo en nada menos que sólo ocho páginas, que es lo que ocupa el artículo Sobre las cooperativas en la edición que manejamos. Así Campos convierte un artículo breve en toda una obra teórica por el arte de magia de sus tergiversaciones. Luego éstas continúan cuando también quiere hacernos creer que dicho artículo los manuales estalinistas se encargaron de desaparecer del vocabulario marxista leninista. Incluso del vocabulario, nada menos.
Lo único cierto es que Lenin lo empezó a escribir para el X Congreso de los soviets. Ya en diciembre de 1922 trazó un guión que lleva el título Centrosoiuz: su significación especial y solicitó información al respecto para documentarse. Luego entregó el artículo a su mujer y ésta, a su vez, al Comité Central, que ordenó publicarlo lo más pronto posible.
Esa fecha fue el 26 de mayo en Pravda, es decir, dos días después de la reunión del Comité Central. Pero para vergüenza de Campos, eso no es todo. Un mes después ese mismo artículo fue discutido en el pleno del Comité Central y constituyó la base de las tesis aprobadas en 1924, una vez muerto Lenin, por el XIII Congreso del Partido bolchevique que llevan el título Sobre las cooperativas y Sobre el trabajo en el campo. El Congreso dijo textualmente lo siguiente:
La línea fundamental del Partido en este problema viene trazada por el último artículo de Lenin ‘Sobre las cooperativas’ [...] La presente situación en el campo subraya con inusitada elocuencia la justeza del camino que señala el camarada Lenin y reclama que la atención fundamental del partido se centre en la agrupación de los pequeños productores en cooperativas, lo que debe desempeñar gigantesco papel en la construcción del socialismo.
Pero Campos va mucho más allá en sus falsificaciones y afirma que las bases teóricas de la NEP apenas fueron aplicadas luego de su muerte [la de Lenin], especialmente su plan cooperativo general. Por tanto, según Campos, de manera sorprendente, apenas hubo NEP en la Unión Soviética, lo cual choca con la historia hasta ahora comúnmente aceptada. Así borra de la historia todo el periodo comprendido entre 1921 y 1929, aunque quizá lo que quiera decir sea algo que nos suena más familiar: que la NEP no fue suficiente sino que hubo que adoptar más medidas de tipo capitalista, medidas más intensas o por un periodo de tiempo más prologado. Por eso Campos expone la siguiente falsedad:
La ‘utilización’ del cooperativismo empresarial y social defendido por Lenin, se circunscribió -luego de su muerte- a la cooperativización forzosa de los pequeños campesinos, presentada como un gran logro del período estalinista.
Cualquiera que conozca un poco la historia de la Unión Soviética sabe que el movimiento cooperativo en gran escala, los koljoses, empezó precisamente en 1929 con la colectivización. Pero además en un texto tan corto Campos incurre en otras dos falsedades más: la colectivización no fue forzosa y no se impuso a los pequeños campesinos precisamente, sino a los kulaks, es decir, a los más privilegiados.
Las tesis de Campos son idénticas a las de Bujarin y a las de todos los revisionistas, empezando por Tito en 1948, siguiendo por Jruschov en 1956 y acabando por Gorbachov en 1986. Precisamente por ello los revisionistas yugoeslavos alardearon de una tercera vía en la construcción del socialismo que, al igual que Campos, identificaban con la autogestión. No es, pues, casualidad, que también Campos identifique socialismo con cooperativismo y autogestión. Es la pócima mágica que acaba con las perversas lacras del socialismo, según Campos, quien añade lo siguiente:
El Cooperativismo Socialista o Autogestión Social Socialista, elimina la contradicción entre el capital y trabajo, entre los medios de producción y los trabajadores, entre las funciones de dirección y producción, pues todos participan de la propiedad, la gestión administrativa y el reparto de utilidades.
Las cooperativas en absoluto tienen ese carácter milagroso.





El maldito centralismo




Hay un aspecto subyacente en los dos textos de Campos que conviene también desmentir: la oposición entre la cooperativización y la descentralización. Eso es necesario porque los artículos divagan acerca de los males de la centralización, que de una manera superficial y ridícula Campos identifica con burocracia (y la burocracia siempre es mala por sí misma). Así Campos se rodea de un tufillo izquierdista con el que pretende disimular su oportunismo de derecha y -cómo no- en cualquier alusión a la burocracia hay que darse el lujo de citar al que califica como gran revolucionario, Trotski, el campeón en este tema, porque todos los revolucionarios, de verdad o de mentirillillas, son válidos para Campos, excepto el siempre malvado Stalin, el culpable de todo (en forma personal o en forma colectiva de stalinismo).
Pues bien, no existe la supuesta oposición que Campos plantea entre cooperativismo y descentralización. Más bien todo lo contrario. Veamos lo que dice Lenin:
En nuestro régimen actual, las empresas cooperativas se diferencian de las empresas capitalistas privadas en que son colectivas, pero no se distinguen de las empresas socialistas siempre y cuando se hayan establecido en un terreno del Estado y empleen medios de producción pertenecientes al Estado, es decir, a la clase obrera.
Más claro, el agua. Además es una tesis que Lenin repite varias veces a lo largo de un texto muy breve, así como en otros artículos suyos. Por tanto, según él, en la construcción del socialismo en la Unión Soviética las cooperativas no sólo no se oponen sino que se deben encuadrar dentro de la propiedad estatal, es decir, centralizada, de los medios de producción y, específicamente, de la tierra. Por tanto, la descentralización cooperativa no sólo es compatible sino que se debe compatibilizar con la centralización estatal. Los oportunistas de derechas, como Campos, sólo tienen en cuenta la descentralización; los de izquierdas sólo la centralización. Los comunistas no estamos con unos ni con otros. Defendemos el centralismo democrático que ni es un centralismo burocrático ni es un democratismo burgués sino algo radicalmente opuesto a ambos.
Este es un aspecto importante del marxismo-leninismo que no vamos a tolerar que los revisionistas manipulen a su antojo, por más que insistan en ello. Las cooperativas no son propiedad individual sino colectiva. Por tanto, son un avance muy positivo cuando la propiedad (o su empleo) está fragmentada. Pero, por sí mismas, las cooperativas reproducen una economía mercantil y, finalmente, el capitalismo: Con la NEP -afirma Lenin en este artículo sobre las cooperativas- hicimos una concesión al campesino como comerciante.
Por eso es imprescindible que los medios de producción (especialmente la tierra) no sean de propiedad de la cooperativa sino del conjunto de la clase obrera. El socialismo no consiste en entregar la propiedad de los medios de producción a los que trabajan con ellos, como a veces se afirma, sino a todos los trabajadores (y campesinos, en su caso). A veces se emplean de una manera confusa los términos colectivización, estatalización, nacionalización o socialización. Si lo decimos rigurosamente, en el socialismo no hay propiedad estatal de los medios de producción sino de la clase obrera, de todos los trabajadores e incluso, como dice Lenin, de toda la sociedad. El Estado administra, gestiona y controla esa propiedad social, lo cual destaca la importancia que otorgamos los comunistas a ese Estado, que concebimos como dictadura del proletariado. Ese es el punto de partida, como diceLenin al comienzo de su artículo sobre las cooperativas:
En efecto, dado que en nuestro país el poder del Estado se encuentra en manos de la clase obrera y que a este poder estatal pertenecen todos los medios de producción, sólo nos queda, en realidad, cumplir la tarea de organizar a la población en cooperativas.
Los comunistas no concebimos el socialismo sin planificación y, a su vez, ésta es una planificación centralizada. Por eso es imprescindible la propiedad social, en el sentido expuesto, de los medios de producción. Sin ella no es posible planificar ni construir el socialismo Ahora bien, tampoco vamos a admitir que, como hace Campos, se entienda por centralización cualquier cosa y se la identifique con burocratismo. La tendencia histórica de la economía, como el capitalismo demuestra, es hacia la centralización y la monopolización; el socialismo no hace más que seguir esa misma línea. Como consecuencia de ella y de la propiedad social, el Estado adquiere un protagonismo cada vez más importante, tanto en el capitalismo (recuérdese la expresión capitalismo monopolista de Estado) como en el socialismo. De aquí que los comunistas, a pesar de lo que se dice de nosotros, no sobrevaloramos los aspectos económicos sino que entendemos la economía de una manera distinta, como economía política.
Además, nosotros no entendemos la centralización sin la descentralización, como bien dice Lenin en su artículo: las cooperativas son una forma de que cada pequeño campesino pueda colaborar en la construcción del socialismo, esto es, incorporar a las masas trabajadoras activa y colectivamente a la producción: Hacer participar, y no de una manera pasiva, sino activa, a toda la población en las operaciones de las cooperativas, para lo cual, añade Lenin, se precisa toda una revolución, que él decía que era de tipo cultural, lo cual deja bastante bien indicado a qué se está refiriendo.
El centralismo democrático exige que la planificación no sea obra de unos oficinistas sino que en la misma, lo mismo que en la producción, participen las masas, es decir, que va de abajo hacia y luego de arriba hacia abajo. Pero eso no tiene nada que ver -en absoluto- con la autogestión, si por eso se entiende que se entreguen las fábricas y empresas a los que trabajan en ellas. En ese sentido, esa autogestión y descentralización no es otra cosa que el capitalismo mismo, porque la centralización requiere dos cosas:




- que la propiedad se confiera a los trabajadores como clase social, no a determinados trabajadores en particular




- que todos los trabajadores se interesen por los problemas de todos, y no sólo por los suyos particulares.




Esa concepción comunista choca frontalmente con la tesis burguesa, por más que se presente con tintes radicales, de que cada cual se ocupa de sus propios asuntos. La autogestión y la descentralización de Campos es una variante de esa mezquina concepción burguesa, muy típica de los autogestionarios.
En la cuestión de la centralización hay un aspecto en los textos de Campos que destaca a las claras su vergonzosa manipulación. Afirma, por un lado, que fueron Stalin y los suyos los responsables de esa centralización, que es algo pernicioso, pero como, a la vez, eso permitió la victoria en la II Guerra Mundial, que es casi el único éxito que pueden presentar en su haber los malditos stalinistas, resulta que el Ejército Rojo estaba descentralizado; conclusión: los stalinistas ni siquiera tienen ese galardón, que corresponde a otros (no sabemos quiénes). Verdaderamente bochornoso.




La maldita burocracia soviética




Nos queda refutar -siquiera por encima- esa ridícula crítica de la burocracia soviética, que es común a los revisionistas, a los trotskistas y a la burguesía, empezando por la transposición de su mismo concepto de un modo de producción capitalista a otro socialista, sin solución de continuidad. En contra de lo que Campos advierte varias veces acerca de que el ser social determina la conciencia social, que interpreta de manera mecánica, sin embargo no la utiliza para diferenciar los problemas burocráticos soviéticos de los de un país capitalista, quizá porque él ha inventado un nuevo modo de producción que unifica a ambos, a saber, el supuesto socialismo de Estado neocapitalista, esencia del estalinismo económico. Si hay expresiones grotescas, ésta las gana a todas, hasta el punto de que Campos se exime de definirla. Simplemente da por sobreentendido su galimatías verborreico.
Que la burocracia fue un problema en la Unión Soviética, es algo incuestionable; que surgió prácticamente desde el mismo origen de la revolución de 1917, es otra cuestión -al menos para nosotros- también incuestionable. Por tanto, deducimos de ahí dos cosas:




- que si la burocracia fuera tan nefasta como la pintan, no se hubiera podido ni siquiera iniciar la construcción del socialismo




- que no se puede identificar a la burocracia con Stalin ni con su periodo al frente del Partido bolchevique.




La burocracia es una lacra que, en sus líneas generales, ya fue estudiada por Lenin, quien destacó los motivos de su surgimiento y las maneras de luchar contra ella. Una de esas maneras de combatirla fue -precisamente- poner a Stalin al frente de la Inspección Obrera y Campesina. En consecuencia, fue -precisamente- Stalin el encargado de combatir a la burocracia, tanto en el Estado como en el Partido.
Pero aquí no vamos a entrar en esa cuestión. Quien quiera analizarla puede hacerlo en las obras de Leni, que nada tienen que ver -una vez más- con las chapucerías de Campos. Lo que queremos poner de manifiesto es que la burocracia soviética no se puede asimilar a la burocracia de los países capitalistas, que tiene sus propias raíces y su propio tratamiento, algo que los demagogos que tanto hablan acerca de ella se encargan de ocultar sigilosamente. Lo único que queremos decir al respecto es que con tanto cretinismo acerca de la burocracia soviética, algunos están tratando de introducir por esa vía las tesis ideológicas burguesas dentro del movimiento obrero, de manera que hoy aludir al término burocracia soviética es ya una redundancia, un tópico casi obligado: la percepción generalizada de la Unión Soviética es la de un Estado burocratizado en extremo. Eso les exime de explicarlo.
Pero a nosotros los comunistas no nos exime de nada, así que vamos a ello y a algo más, que es como la quintaesencia de la chapuza de Campos: en la Unión Soviética no sólo existió una lacra horripilante de burocracia sino que ésta usurpó el poder. Tampoco esto nos lo explican: ni cómo se logró, ni cuándo, ni por qué. Ése es otro de los dogmas de fe que los revisionistas y los trotskistas nos lanzan para que nos lo bebamos de un trago, sin hacer preguntas. Es como si una mañana el contable de la oficina usurpa la propiedad de su dueño y se queda con todo, sobre todo con los beneficios de la empresa. Le arroja al jefe por la ventana y empieza él a tomar las decisiones. Así por las buenas. Eso es tan inusual en cualquier parte que merecería una explicación, aunque sea breve. Pues seguimos sin ella.
Desde que surge en Alemania a mediados del siglo XIX, la burocracia persigue al pensamiento burgués, que en su origen es liberal, como una maldición. A la burguesía no le gusta el Estado, ni siquiera el suyo propio. Mucho menos le puede gustar la dictadura del proletariado. En el seno del movimiento obrero ese es también el origen de todas las divagaciones oportunistas acerca de la burocracia, cuya fuente inspiradora es siempre la burguesía. Si se analiza a fondo con un mínimo de detenimiento, no es exactamente la burocracia sino el Estado en sí mismo, la necesidad de un Estado, de lo público y de lo colectivo: eso es lo que repugna al individualismo burgués, que pone el acento en la primacía de lo privado, de sus propios intereses egoístas, de su mezquindad.
Pero eso, que es la raíz, no es suficiente. Como ya tenemos explicado en otro artículo (ver Los cambios en la en la composición de la fuerza de trabajo), también la centralización ha otorgado una creciente importancia a determinadas funciones que habitualmente, en el pensamiento burgués, tan ampliamente extendido, se consideran despectivamente como improductivas. Es el caso de los oficinistas y, en general, de todos aquellos trabajadores que realizan tareas de control y supervisión dentro de una empresa.
Finalmente hay que tener en cuenta la creciente importancia en el capitalismo de la revolución científico-técnica y los cambios que ello conlleva en el aumento en la cualificación de la fuerza de trabajo, esto es, la prevalencia de lo que Marx llamaba trabajo complejo, el incremento de lo que la burguesía llama como sector servicios y los trabajadores de cuello blanco, así como otros fenómenos conexos con éstos, normalmente concebidos también como improductivos y observados con desconfianza e incluso con desprecio por algunos sectores sociales.
No vamos a entrar en un análisis, ni siquiera superficial, de todos esos complejos fenómenos. Sólo queremos dejarlos planteados para mostrar que no nos conformamos con el cúmulo de absurdos que tan frecuentemente tenemos que soportar en los medios oportunistas pequeño-burgueses que difunden -casi cada día- las consabidas críticas contra la burocracia con la más pasmosa ignorancia de lo que están hablando. También hay que subrayar que ese es un fenómeno en expansión, incluso dentro del capitalismo actual y que no siempre ni necesariamente es un fenómeno puramente negativo, que es como nos lo presenta la pequeña burguesía rabiosa. Ni es negativo en cada empresa en particular, ni es tampoco negativo dentro del Estado (de cualquier Estado, cabría añadir).
Por tanto, nos parece lógico -al menos a nosotros- concluir que el hundimiento del socialismo en la Unión Soviética no fue consecuencia de ninguna usurpación de la revolución, por la democracia. Esa usurpación no fue una causa sino una consecuencia. ¿Cómo se podría usurpar una revolución? De ahí se desprende también que las causas hay que buscarlas en otra parte y que esas causas son las que tanto los revisionistas como los trotskistas nos quieren ocultar celosamente. Esas causas reales y verdaderas no sólo explican el hundimiento del socialismo sino que explican también el surgimiento y la extensión de la burocracia y demás lacras. Hay que constatar algo obvio: si el responsable de todo fuera Stalin y el “maldito stalinismo”, no se explica ese mismo hundimiento en otros países y otros momentos en los cuales Stalin y los suyos no tuvieron ninguna participación.
Eso es lo que Campos nos quiere ocultar. Él no quiere explicar sino camuflar para hacernos pasar como un remedio lo que no es más que una enfermedad. Pero mucho nos tememos que no sea sólo algo suyo personal sino toda una tendencia entre los revisionistas cubanos que tratan de liquidar lo que queda de propiedad social en su propio país, mediante la introducción de cooperativas de la manera que ellos las entienden. No según Lenin sino contra Lenin. Es un programa de reconstrucción del capitalismo en la isla. Esperamos estar equivocados. Los documentos del próximo Congreso del PCC nos darán más luces sobre esta cuestión que la consideramos de enorme importancia porque, en última instancia, se trata de saber si Cuba marcha a la consolidación del socialismo o degenera, siguiendo el ejemplo de los países que
formaron el Campo Socialista.


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